La aportación básica del trabajo emocional es precisamente que ataca el problema desde el interior del individuo. Los cambios se realizan desde dentro hacia fuera, se crea un nuevo significado, gracias a buscar internamente soluciones, aquello que te ha nacido desde lo más profundo. Cuando nos hacemos cargo y nos responsabilizamos de nuestras emociones, ellas nos dirigirán hacia nuestras verdaderas necesidades. Si obviamos este trabajo emocional, mutilamos una parte importante de la persona, y no acogemos de forma integral al problema, pondremos un parche a lo que tiene vocación de ser atendido y “sanado,” de manera que será susceptible de volver a reaparecer una y otra vez. “Lo que resistes persiste”.
Gracias a elevar a la consciencia dichas emociones, la persona puede liberarlas hasta aceptarlas, de modo que no sean un obstáculo sino una brújula donde dirigir nuestras energías.
Tratar con las emociones, no es tratar con la parte racional o cognitiva de la persona, es otra capa más profunda, “la emoción es un fenómeno cerebral, muy diferente al del pensamiento, que tiene su propia neuroquímica y base fisiológica y es un lenguaje único en el que el cerebro se expresa”
Pero lo que sí es cierto que la razón puede ayudar a secuenciar lo emocional para resignificarla y darle otro valor.
Ambas deben ir de la mano, ya que la emoción estará apuntando a una necesidad y la razón le dará salida de forma organizada, pudiendo discriminar o seleccionar aquello que le proporcione al individuo bienestar. De hecho, es necesario esta conjunción ya que el cerebro límbico valora de forma imprecisa, tremendamente rápida, a grandes rasgos, por lo que la razón será el demiurgo que sostenga la inmediatez emocional y le de forma.
Entrando en profundidad en la naturaleza de las emociones, podemos decir que cada emoción nos INFORMA, y tenerlas presente en nuestras decisiones implica un nivel de conciencia elevado sobre lo que somos, qué queremos, cómo lo queremos y cuando.
Para que se dé esta realidad, el individuo tiene que vivir en autenticidad, diciéndose con valor qué le está haciendo sentir cada una de las emociones. Tiene que ser capaz de ACOGERLA, de recibirla sin rechazos, sin maquillarla y bautizarla con otro nombre.
Dichas emociones, se pueden escuchar a través del cuerpo, que somatiza la tormenta neuroquímica en palpitaciones cuando existe enfado, sudoración, y hasta dolor de corazón cuando algo nos ha roto por dentro o vacío cuando sentimos la pérdida de un ser querido. En definitiva la emoción con la ayuda de la razón transcribe qué bulle en nuestro interior y da significado a lo que necesitamos darnos. Nos lleva a la ACCIÓN.
Lo que ocurre, que en muchas ocasiones la persona funciona con unos patrones emocionales aprendidos, basados en experiencias anteriores e introyecciones, de manera que sus reacciones poco están hablando del momento al que se enfrentan, sino más bien de situaciones pasadas, que activaron una emoción hasta estructurarse y cronificarse. Éstas, no se adaptan, no se ajustan. Este patrón de conducta se podrá hacer extensible a futuros momentos.
Luego ¿qué nos está diciendo o marcando este proceso?
Que el individuo no está conectado con su verdadera necesidad, que no está escuchando la emoción que en primera instancia le apunta una ACCION determinada. No se trata de interrumpir, evitar, o cambiar la experiencia de la emoción, precisamente se trata de VIVENCIARLA en ARMONÍA.
Esta es una de las causas principales por las que existe el apoyo terapéutico, porque se crea un espacio donde el paciente puede volcar sus emociones y poderlas abrazar sin frenos, haciendo que la liberación emocional sea una puerta a la libertad y avance personal.
Verónica Martínez
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